EL CARACTER DESTRUCTIVO
Walter Benjamin
Puede ocurrirle a alguno que, al contemplar su vida
retrospectivamente, reconozca que casi todos los vínculos
fuertes que ha padecido en ella tienen su origen en hombres
sobre cuyo «carácter destructivo» está todo el mundo
de acuerdo. Un día, quizás por azar, tropezará con
este hecho, y cuanto más violento sea el choque que le
cause, mayores serán las probabilidades de que se represente
el carácter destructivo.
El carácter destructivo sólo conoce una consigna: hacer
sitio; sólo una actividad: despejar. Su necesidad de
aire fresco y espacio libre es más fuerte que todo odio.
El carácter destructivo es joven y alegre. Porque destruir
rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas
de nuestra edad; y alegra, puesto que para el que destruye
dar de lado significa una reducción perfecta, una erradicación
incluso de la situación en que se encuentra. A
esta imagen apolínea del destructivo nos lleva por de
pronto el atisbo de lo muchísimo que se simplifica el
mundo si se comprueba hasta qué punto merece la pena
su destrucción. Este es el gran vínculo que enlaza unánimemente
todo lo que existe. Es un panorama que depara
al carácter destructivo un espectáculo de la más honda
armonía.
El carácter destructivo trabaja siempre fresco. Es la
naturaleza la que, al menos indirectamente, le prescribe
el ritmo: porque tiene que tomarle la delantera. De lo
contrario será ella la que emprenda la destrucción.
Al carácter destructivo no le ronda ninguna imagen.
Tiene pocas necesidades y la mínima sería saber qué es
lo que va a ocupar el lugar de lo destruido. Por de pronto,
por lo menos por un instante, el espacio vacío, el sitio
donde estuvo la cosa que ha vivido el sacrificio. Enseguida
habrá alguien que lo necesite sin ocuparlo.
El carácter destructivo hace su trabajo y sólo evita el
creador. Así como el que crea, busca para sí la soledad,
tiene que rodearse constantemente el que destruye de
gentes que atestigüen su eficiencia.
El carácter destructivo es una señal. Así como un punto
trigonométrico está expuesto por todos lados al viento,
él está por todos lados expuesto a las habladurías. No
tiene sentido protegerle en contra.
El carácter destructivo no está interesado en absoluto
en que se le entienda. Considera superficiales los empeños
en esa dirección. En nada puede dañarle ser malentendido.
Al contrario, lo provoca, igual que lo provocaron los
oráculos, instituciones destructivas del Estado. El más
pequeño burgués de todos los fenómenos, el cotilleo, tiene
lugar sólo porque las gentes no quieren ser malentendidas.
El carácter destructivo deja que se le entienda mal;
no favorece el cotilleo.
El carácter destructivo es el enemigo del hombreestuche.
El hombre-estuche busca su comodidad y la médula
de ésta es la envoltura. El interior del estuche es la
huella que aquél ha impreso en el mundo envuelta en
terciopelo. El carácter destructivo borra incluso las huellas
de la destrucción.
El carácter destructivo milita en el frente de los tradicionalistas.
Algunos transmiten las cosas en tanto que
las hacen intocables y las conservan; otros las situaciones
en tanto que las hacen manejables y las liquidan. A estos
se les llama destructivos.
El carácter destructivo tiene la consciencia del hombre
histórico, cuyo sentimiento fundamental es una des-
confianza invencible respecto del curso de las cosas (y la
prontitud con que siempre toma nota de que todo puede
irse a pique). De ahí que el carácter destructivo sea la
confianza misma.
El carácter destructivo no ve nada duradero. Pero por
eso mismo ve caminos por todas partes. Donde otros tropiezan
con muros o con montañas, él ve también un camino.
Y como lo ve por todas partes, por eso tiene siempre
algo que dejar en la cuneta. Y no siempre con áspera
violencia, a veces con violencia refinada. Como por todas
partes ve caminos, está siempre en la encrucijada. En
ningún instante es capaz de saber lo que traerá consigo
el próximo. Hace escombros de lo existente, y no por los
escombros mismos, sino por el camino que pasa a través
de ellos.
El carácter destructivo no vive del sentimiento de que
la vida es valiosa, sino del sentimiento de que el suicidio
no merece la pena.
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