Los murmullos de la duermevela




Mira allá el arroyo se hace un remolino
y en su centro la luna titila su danza deforme.
Un remolino … o un caracol.”



Todo estaba en suspenso, en completa calma, en silencio total, sin moverse, sin existir nada, ni el tiempo, ni el espacio.* Así parecía transcurrir la vida en aquel pequeño pueblo de Rio Grande, los apacibles minutos dejaban notar entre si pequeños letargos que alteraban de forma inusual mi acercamiento con esa realidad que por mucho me era desconocida. Mis pasos torpes y mojados, el sudor tórrido que me daba de palmadas en cada tropiezo al subir la montaña, la poca habilidad de respirar un aire fresco y húmedo poco frecuente, el temprano ardor epidérmico de una resolana que sin intención de agredir a un cuerpo foráneo se me presentaba como regalo noble al dejar ver en su camino un horizonte suntuoso de verde-azules que pocas veces mis ojos han podido acariciar; eran circunstancias que mas que constatar mi presencia en un lugar dilatado daba cuenta de mi condición lerda y citadina frente a una realidad que se presenta imponente y resistente.

Pero, ¿Como puede haber una completa calma, un silencio total, una fijeza y sobre todo una inexistencia ante tal figura orgánica y social? El río suena y escucha, aunque contaminado su caudal esculpe aun en verano las rocas que trazan su camino al sur. Escalinata resbaladiza que lleva al monte allá donde la milpa se trabaja en colectivo, donde el pozol de medio día se bebe mientras se discute y descansa un momento para después retomar el trabajo. Ya en la tierra, marea de insectos escalan mis manos al cortar la hierba, un dedo sangrando por el mal uso de un machete desafilado riega una pequeña mazorca que juega con los designios de la gravedad. Allá no muy lejos aves mecánicas se asoman con afán de intimidación. Revoloteo fugaz que no aturde la firmeza del labor de los compas que en sus rostros serios y cobrizos escapan risas contagiosas que no alcanzo a descifrar del todo bien. Tiempo después, el viento como navaja fina penetra las hojas de los arboles que parecen inclinarse por un dolor inocente, una gran nube obscura anuncia su llegada, es hora de partir, por hoy el trabajo en la milpa ha concluido.

Poco a poco las brasas anuncian en voz tenue la hora de la comida, pronto el café se sirve en la obscuridad de un atardecer prematuro, un plato caliente de frijoles y un par de tostadas alimentan alegremente mi estómago hambriento, poco después, al terminar, se retoma el estudio. Parte importante del conocimiento zapatista es comprender que este acontece en la practica, una practica que se efectúa no en espacios cerrados o exclusivos para la enseñanza como comúnmente se concibe, sino es en el territorio del trabajo y de lo familiar que el aprendizaje se presenta como una afirmación de lo vivido y de lo hecho. También cabe mencionar que esta practica afirma y da sentido a la palabra misma, pues esta sólo se activa en el momento en que se lleva a cabo, es decir cuando se ejerce. Es así como en el ejercicio del hacer se configura la palabra, que no exenta de errores, esculpe una experiencia que se comparte y debate, pues sobre todo la palabra también se piensa en colectivo y para el colectivo. Al nombrar la palabra esta se discute y se practica para saber si ha sido la adecuada y correcta, sino es así esta se discute nuevamente y poco a poco en un lenguaje que es voz y cuerpo se teje la vida digna de un pueblo que piensa y hace lo común. Ya una vez acordada la palabra esta se canta y baila.

La lluvia no cesa su caída, inquieta y desordenada se impacta contra la lamina que cubre el techo en donde me encuentro, parece que un antiguo enfrentamiento de elementos reclamara su estancia primigenia, su terruño materno llamado tierra, el sonido causado de tal confrontación ancestral grita a voz extendida un reclamo que hace de mi presente un instante letárgico, contradicción gramatical que sólo en las mariposas se puede ejemplificar, pues la mariposa después de su gestación sólo es posible verla justo en el momento en que bate las alas, gracias a todo lo que ofrece en cuanto a bellezas, formas y colores: así pues, ya no la vemos más que en su agitación. Luego alza el vuelo de manera definitiva, es decir: se va.(1) Pero la imagen se me esta negada, la lámina impide el paso, la confrontación queda fuera de, y sólo se me permite acceder a su reclamo, a su grito, al múltiple aleteo de aquella mariposa que alza el vuelo, es ahí cuando mi pupila se contrae y la audición se dilata, la noche cae y un pequeño halo de luz artificial cobija mi sueño, allá afuera la lucha de los ancestros no cesa, oigo sus voces pero no las comprendo. Un caracol sobre mi ventana aguarda el mañana, duermo y trato de buscar el entendimiento.



Gabriel Berber


* Popol Vuh
1. Didi-Huberman, Georges, Arde la imagen, Serieve, México, 2012, p.14




No hay comentarios:

Publicar un comentario