OBERTURA*




¡Como pensar, un instante siquiera,
que el hombre mortal vive!
El hombre está muerto de miedo,
de miedo mortal a la muerte.

Xavier Villaurrutia




¿Cuál será el punto apropiado para efectuar la partida? Fragmentar para (re)montar(me) a la hiladura del recuerdo, segmentar lo ya inciso para intentar su reconstrucción, montar el corte para asegurar su movimiento, es decir, articularlo; afianzar mis rodillas para posibilitar mi trayecto(ria).

Hablar y escribir de sí mismo supone conocerse y saberse quien se es antes de escribir o hablar, identificarse en un juego de duplicación en donde uno asegura poseer la cualidad total del otro, y así poder dar cuenta de ésta. Pero, ¿es posible poseer tal cualidad total de sí mismo? -Yo pienso que no.-

Conocer la totalidad propia implica determinar sus bordes para conocer lo intrínseco a ella, exponerla de principio a fin y abordar todas sus partes. Esta suposición es simplemente paradójica, ya que identificar los límites de la totalidad es fragmentarla, realizar un corte para decretar sus márgenes, constituirla como un segmento para poder ser analizado e identificado. Si esto es así, ¿cómo puede un segmento ser a la vez una totalidad?

Desplegarse para poseer la totalidad ya supone en sí una fragmentación. Para conocer esa totalidad es necesario abarcar la cobertura de nuestros límites, presenciar el origen y el fin, remontarse al pasado y proyectarse al futuro, un afán de abarcar el Todo en lo momentáneo del presente, en la fuga de su inmediatez.

La identidad se nos escapa como se escapa el agua de un río al tratar de abarcar su caudal con nuestras manos, por más que intentemos aprehenderla siempre se nos fugará. Insertos en la corriente del río, la imposibilidad de aferrarnos a el se vuelve frustración y melancolía a causa de su evasión y cambio, rozamos las orillas del puro existir y adivinamos un estado de unidad, de final reunión con nuestro ser y con el del mundo. (Paz, 1956, p.70) Nuestro único consuelo parece ser la reconstrucción
de su paso por nuestras manos, dar sentido a su continuidad a través de la rememoración de su efímera presencia hecha experiencia y recuerdo. Este intento llega a ser un acto acumulativo en sí, puesto que uno trae al presente lo memorado que en su aspiración de vislumbrar un sentido, se van montando consecutivamente un cúmulo de experiencias y recuerdos que tejen entre sí una continuidad aparente, ya que estos fragmentos son solamente una parte de una zona mayor, una zona inestable que comprende todo cuanto sentimos, pensamos, queremos, todo cuanto en última instancia somos en un momento dado. (Bergson, 2004, p.9)

Una de nuestras características más esenciales como seres humanos radica en nuestra constante fragmentación, la cual busca asiduamente afianzar sus límites para enlazarse al flujo ininterrumpido del tiempo. Y es precisamente la muerte, pendiente y límite de nuestro todo, la que da cuenta del afianzamiento último que, a su pesar, sólo reitera nuestra condición segmentaria de un Todo mayor. Tal cual tragedia, la conciencia de esta condición posibilita un cierto crecimiento en el espíritu de lo humano al hacer de nuestros actos una relación de experiencias que pretender dar sentido a la vida.

Estimo que el arte funge un papel fundamental para garantizar este crecimiento, al posibilitar una reflexión entorno a nuestra discontinuidad, de alguna manera éste agudiza nuestra sensibilidad para apuntalarnos espiritualmente y hacer frente a lo continuo. En este sentido me considero muy próximo a las ideas de algunos artistas rusos, principalmente a dos cineastas que entendieron el arte como un vehículo para enfrentar la muerte. Uno de ellos es el cineasta ruso Andréi Tarkovski el cual decía que la verdadera funcionalidad del arte no radica, como a veces se asume, en la transmisión de ideas, la difusión de pensamientos, el servir de ejemplo. La función del arte es preparar a la gente para la muerte.(Tarkovski, 2013, p.50) Por otro lado, el igual cineasta ruso Alexander Sokurov, agregaría que en su esencia misma, en su belleza, el arte nos fuerza a repetir ese instante final un número infinito de veces; posee una fuerza capaz de conducirnos hacia esta idea. Para que el día en que estemos confrontados con la muerte, podamos hacerle frente, entregarnos a ella sin mucha dificultad. (Baecque, 1998)

Nuestra labor como artistas recaería entonces en la búsqueda de un consuelo espiritual y de una resistencia ante la inestabilidad de la vida, garantizar en todo caso nuestro tránsito por el mundo, pues el arte nos ayuda a pasar la noche, a vivir con la idea de la muerte, a llegar al amanecer (Baecque, 1998), esperando ansiosamente la aurora de la existencia. El artista, por así decirlo, juega dos papeles, por un lado funge como diseccionador de recuerdos y experiencias, y por el otro de ordenador y compositor de los desordenes acaecidos en su interior, ambas acciones se entretejen a un mismo tiempo y carecen de certeza alguna, su trabajo termina por ser una sucesión solitaria de intentos y ensayos en busca de alguna armonía y ritmo del mundo.

El artista se expone solitario, su búsqueda y tránsito ocurre aisladamente, esta condición es necesaria e inevitable para efectuar su papel (autoasignado) en el mundo. Esta soledad acontece de su desgajadura social, no sólo por carecer de una funcionalidad clara en la sociedad, sino porque es necesario su desapego para servirse de ella, pues su fin último es alcanzar el orden a través del dominio propio y de los demás. Ambivalencia que termina aniquilándose así misma. Soledad capaz de provocar la pasividad propicia a la aparición de las imágenes. (Paz, 1956, págs.72-73)
La labor del poeta es hacer de la soledad algo útil para alcanzar tal deseo,

Para ser poetas, hay que tener mucho
tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza,
abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.**


Abandono, alejamiento y desprendimiento, tal vez un intento de robarle al tiempo un instante para apropiarse de el momentáneamente. Liberación del encadenamiento que nos une a su devenir para así alcanzar el poder, una empresa peligrosa y sacrílega, una afirmación del poder humano frente a lo (sobre)natural, tarea del Hechicero que es alcanzada en el embrujo del lenguaje a través del ritmo. Ante la terquedad de la Muerte, que se niega a soltar su presa, la Palabra, de pronto, se ablanda y descorazona. En boca del Hechicero, del órfico ensalmador, estertora y cae, convulsivamente, el Treno. (Carpentier, 2002, p.168)

La empresa del poeta esta muy alejada de la especulación lógica, en sus manos esta el juego asociativo de elementos poéticos que amplían el espacio emocional del hombre, permitiendo así una valoración de la vida frente a la muerte tanto racional como afectiva. De ahí que cuando éste se enfrente consigo tenga que utilizar los mismos elementos poéticos y metafóricos para autosatisfacerse, pese a que este mecanismo, la mayor de las veces, se vuelve autodestructivo y devorador al percatar su inevitable intrascendencia.

Conocerse posiblemente sólo es viable desde nuestros límites, eso significaría conocerse en el linde de nuestra vida, es decir en el momento antes de nuestra muerte. Este hecho hace imposible una escritura autobiográfica, pues, si como dije anteriormente, el escribir de sí mismo supone conocerse con antelación, y uno sólo puede conocerse en el limite de su vida, es decir en la hendidura entre el término de la misma y el comienzo de la muerte, para poder hablar de la totalidad de uno como ente viviente, es necesario que esta escritura se efectúe precisamente en la hendidura que no es dentro ni fuera de la vida sino al margen suyo; una imposibilidad biológica y motriz de nuestra especie.

No obstante, el artista juega, cual Hechicero, a dominar los límites de lo natural. Al poner en funcionamiento sus poderes de encantamiento y seducción puede hacer posible la aparición de su imagen total. En un acto de eyección el artista puede verse a sí y vislumbrar un territorio entrañable e íntimo por el cual poder transitar, escoger caminos y recorrerlos de nuevo (inventarlos mientras los recorre) e ir hasta el fin.(Paz, 1996, p. 11)
La aparición de un territorio interno no garantiza su reconocimiento, la mayoría de las veces uno se topa con zonas desconocidas manifestadas por la presencia tajante del olvido. Cuando se llega a un terreno desconocido la referencia inmediata de comparación es con el origen, con el punto de partida, y más aún con la comparativa de antiguos trayectos. La mirada ante el paisaje es de extrañamiento y en algunos casos de sometimiento, muchas veces el paisaje en su majestuosidad y monstruosidad impone sus ordenes, sus bellezas y sus demonios. Nuestra trayectoria se condiciona al inevitable enfrentamiento de tales disposiciones, nuestro único soporte en esta deriva depende de nuestra capacidad de rememoración, de encuentro, de ejercer la anamnesis a nuestro favor y en ocasiones (re)inventar(nos) para resistir a las inclemencias del extravío.

Pero… el artista no es un Hechicero, todo intento de conocerse a uno mismo termina por ser una ilusión y una mentira



Gabriel Berber, 2014



* Primera parte del primer capítulo del ensayo "Remontar el Tiempo", 2014
** Pasolini, Pier Paolo, Al principe, 1967



Bibliografía consultada


Baecque, Antoine y Joyard, Oliver, Más alla del realismo óptico, entrevista a Alexander Sokurov, en Cahiers du Cinema, no. 521, 1998. Obtenida el 26 de Diciembre de 2011 en: http://intermediodvd.wordpress.com/2011/12/26/mas-alla-del-realismo-optico-entrevista-a-alexander-sokurov-en-cahiers-du-cinema-fr-1998/

Bergson Henri, Memoria y vida, Alianza Editorial, Madrid, 1977.

Bresson Robert, Notas sobre el cinematógrafo, Biblioteca Era, México, 1979.

Carpentier, Alejo, Los pasos perdidos, Lectorum, México, 2002.

Deleuze, Gilles, La imagen-movimiento, Paidós, Barcelona, 1984.

Pasolini, Pier Paolo, La religión de mi tiempo, ICARIA, Barcelona, 1997.

Paz, Octavio, Arco y la Lira, Club Internacional del Libro, Madrid, 1956.
-El mono gramático, Seix Barral, Barcelona, 1996.

Tarkovski, Andréi , Esculpir el tiempo, UNAM, México, 2013.

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